jueves, abril 13, 2006

Gonzalo Bilbao



Cuando veo estas caras me acuerdo de un pasillo lleno de gente, del sol de Sevilla a las cuatro de la tarde, de mi 4,75 en Historia del Mundo Contemporáneo en Junio; de mis vaqueros ajustados, de Eduardo diciendo que mi sonrisa era perenne y le alegraba los días, de la melena negra y larga,tope sevillana, de la profesora de lengua (tras dos suspensos consecutivos, conseguí aprobar con un 8,75); de los abrazos al reencontrarnos con mis amigas; de las tardes de cervecitas, del Capote; de David Hidalgo y su cámara de fotos; de mis camisetas de manga corta con motivos divertidos, de esas mañanas de junio esperando los exámenes finales; de mis carreras por los Jardines del Valle, del sol implacable que se colaba por las ventanas del Aula IV; de mis sueños, de mi primer viaje con Esther y Adri a Ceuta; de las colas de la Expo; de Ferdinand de Sussiereee (posiblemente mi aborrecimiento por la lengua francesa provenga de aquel infierno de libro que no se si llegue a leer, pero que no entendí, seguro).
Cuando veo estas caras me acuerdo de mi primer año en Gonzalo Bilbao, del horizonte que no se acababa, de la oscuridad de Sevilla de la noche, de Merchi en su residencia de estudiantes, de cómo Lucía se remangaba las mangas de los jerseys, del cariño reescondido de MariAngels, de la psicina de Esther e, inevitablemente, de la bicicleta negra de Javi mariscal, atravesando la entrada de la facultad y con ella nuestra existencia.

Cuando veo estas caras de luz, pienso en lo afortunada que he sido, disfrutando de la maravillosa y simple alegría de compartir en amistad, de vivir, de reir, de no esperar y de querer en libertad.











2 comentarios:

su dijo...

¡Aiiiis!¡Qué nostalgia!

Anónimo dijo...

Vale: se ve que de mí ni pones una foto, ni tampoco te acuerdas, porque no me citas. No te acuerdas de aquel cumpleaños en 1992 o de aquella foto con el deportivo Rojo y mi chaqueta a juego, ni de la leña en Estadio Deportivo, ni de Steffi, ni de nuestra visita a la Expo con Adrián, ni de aquel helado de un kilo de limón que nos comimos en tu casa de Capuchinos, ni de tantos besos y abrazos...
Ya te vale, Bea.