martes, diciembre 13, 2005

El caseron veneciano

Los últimos hechos inesperados acontecidos en nuestra casa Galileo... (no cuenta la desaparición de las Coca colas en dos horas, ni del papel
higiénico...) han dado mucho de que hablar.
El otro día, hablando con mi Verita de fenómenos extraños (esos que ella ve y que
yo, morbosa, le pido que me cuente) caí en
la cuenta que mi aparato de música se enciende en ocasiones solo, sin ayuda de nadie.
La verdad es que no le había dado importancia, ya que lo achaco al lío
de cables que tengo en el mini dormitorio, pero ya se sabe, lo mismo
debería empezar a preocuparme, aunque eso de pre-ocuparme, no va conmigo :)

Miedo, lo que se dice miedo, nada igual al que nos transmitía el 'Castello'
de Venezia, nombre con el que bautizamos la casa donde viví durante tres meses con María, Lalia y el resto de
los niños. Un antiguo convento reutilizado como casa para 'guiris', con escaleras señoriales a la entrada, fotos en blanco y negro de parientes lejanos y rudos, lámparas de cristal cayendo del cielo,
habitación - mazmorra incluida y escudo de armas, que harían las delicias de yankees y japoneses pero que repele a los latinos. Mira que había casas en Venezia, modernas, recuperadas, buhardillas..., pues a nosotros nos tocó la 'típica casa de terror de parque de atracciones' Todo el mundo
que venía a visitarnos quedaba encantado y nos decía que era muy auténtica, si, y lo era, lo era... tan auténtica
que ni el administrador quería venir a cobrarnos.

La verdad es que la casa era una joya para una ciudad como Venezia,
totalmente ambientada, con un angosto pasillo al que se abrían las dos habitaciones y la cocina, custodiado por tres cuadros
tenebrosos y oscuros, que ponían los pelos de punta... Era lo que más impactaba a los visitantes, los cuadros. Aquí se les torcía la sonrisa... No era para menos, la temática de los mismos fue objeto de debate durante los tres meses. Los cuadros, separados entre si por la misma distancia y simétricamente colocados, representaban: el primero, a unas monjas vistas en la lejanía, vestidas de negro, que
parecían alejarse por un bosque oscuro; los otros dos eran los retratos de un niño y una
niña, ambos llorando, compungidos, con rostro de tristeza, soledad y angustia... Decían -los antiguos del lugar- que estos cuadros representaban imágenes de la vida de estos conventos, donde, los pecados de la carne de las 'hermanas' terminaban con partos silenciados y niños escondidos... pfffffsfsfsfffsfsfffs....

Una alegría, vamos.

Yo, por si acaso, escogí una habitación luminosa, con vistas a la calle, por donde pasaban, concretamente,
seis personas a lo largo de toda una jornada vespertina y por la que retumbaba las voces en la lejanía, recibidas en mi
casa como una prueba científica de que, fuera, en alguna parte, había vida :)
En este reparto de habitaciones -y por ser la más mayor de la casa- decido, sutílmente, por supuesto, otorgar a los
hombres del piso la habitación - mazmorra. La mazmorra, bautizada así por lo similar de sus características a una tórrida estancia de torturas, era una amplia habitación situada al final de la casa, pero al final, final, vamos que te podías salir de la ciudad sin pisar la puerta de la calle, y, al final también del angosto pasillo, custodiado por los ya descritas obras de arte...()
Se acedia a ella por una puerta y, tras bajar unas breves escaleras curvilineas, que impedían ver en su totalidad quien te esperaba en la entrada de la habitación, aparecías en esa estancia con dos camitas y presidida por una especie de señora de piedra, que no sabías que daba más terror si estar en el subsuelo o verte tumbada en esa cama de cara a la pared. Yo, la verdad, sólo podía imaginar, una vez allí, lo difícil que sería escapar en caso de un
inesperado peligro tipo peli de miedo.
Los chicos accedieron a ocuparla sin demasidas resistencias y las novias de los chicos, por ende, también,
se ve que era más íntima pa' sus cosas.

A nosotras, que estábamos compuestas y sin chico nos daba igual.
En el salón había un escudo de armas, con sable incluido y un extraño cuadro naif de una niña de colores que mirara
para donde miraras parecía que siempre te observaba. Cuando cenábamos todos juntos, tratábamos de alegrarnos unos a otros pensando en la suerte que teníamos de vivir en una casa así :)
Pero, quizás lo más extraño de la casa era el baño... el baño... Entrar en el baño a ducharse era una odisea... y no sólo por
los escasos grados centígrados, y los extraños complemento inútiles que había y que te obligaban a hacer contorsionismo para dejar las ropas, no poner los pies en el suelo y mojarte a la vez, (obvio decir que había que abrir y cerrar dos puertas y atravesar hasta llegar al baño). Lo que de verdad causaba furor era ducharse y mirar hacia arriba: todo el techo estaba empapelado con un papel setentero de flores, pero flores enormes que no dejaban ni un hueco libre. Las paredes, idem, flores lilas y rosas con espinas, abiertas y cerradas, que te rodeaban. Y, cuando ibas ycerrabas la cortina de plástico: ¡¡¡¡Más flores!!!!
Esto nos hacía dudar del gusto del dueño o de su salud mental...

Lo cierto es que cuando saliamos por la noche, si no lo hacíamos juntos y alguno volvía antes que el otro,
nos metiamos en la cama (nunca sabíamos si los chicos estaban porque nadie se atrevía a aventurarse por ese pasillo hacía aquella tenebrosa puerta) y encendiamos las luces del pasillo y el salón, atenta a los ruidos de la calle, tapadas hasta el cuello y oyendo como toda la casa crujía... Nunca antes nos había dado tanto alegría que los que llegan de fiesta te despertarán tampoco les decías que estabas esperando, claro :)

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