miércoles, enero 04, 2006

Como un soplo

Dicen los tibetanos que cuando se llega al final de la vida uno se da cuenta que no ha servido de nada lo hecho, en el caso de que se hubiera hecho algo. Para los occidentales, es como si nos hubieran embarcado en una gran carrera con metas volantes a cumplimentar y premios y ovaciones generales si lo haces correctamente para luego, cuando llegas al final, en muchos casos, darte cuenta que fue una gran mentira que te contaron y de la que tú participiste o dejaste que otros te hicieran participar. No se si a veces ni siquiera te da tiempo a pensar en nada, la muerte puede llegarte sin que te enteres, por sorpresa, de una forma rápida dejando sobrecogidos a los que se quedan, que han de seguir caminando con la ausencia metida en los huesos, el dolor o la absoluta certeza de que estamos solos, absolutamente solos y es esa realidad la que nos hemos ocupado de embadurnar en neustro tiempo para, de repente y de un plumazo, descubrir que nacemos y morimos solos. Y, que hay algo de lo que no nos hablan, una verdad más suprema y luminosa que todos los carteles fosforitos de una gran ciudad: ¿tiene sentido estar aquí, existir, hacer y hacer?

Los que venimos de lugares más cálidos o tenemos una cultura andaluza pensamos mucho en estos aspectos, no se porqué la muerte, la vida, sus misterios insondables, el ronroneo, el amor en todas sus manifestaciones, el desamor, la pasión, el recuerdo, la traición, la amistad pura está presente constantemente en neustras conversaciones, en nuestras expresiones diarias, en nuestros afectos, en nuetsro dolor, en nuestro vivir, nuestro caminar. Eso es así. No es diferente, es cultural, es algo que se mama. Lo ves por la calle, lo ves en los bares, lo ves en tu casa, con tus amigos: te tocas, los tocas, lloras, gritas, te abrazas... Por ello es muy difícil que en determinados e íntimos aspectos puedas entenderte con personas más racionales, más pragmáticas, más de identificarse con sus hechos, sus andanzas. Dicen que es propio de la idisincracia andaluza más de pensar, de imaginar que no de hacer, de actuar; de la herencia de todos los pueblos que llegaron, vieron, conquistaron, se mezclaron, se quedaron y aportaron su granito de arena a la esencia de este pueblo.

Sobre la muerte, imposible concebirla sin la vida, sólo hay una cosa que temo: que me pille siendo otra. Quiero morirme como estoy viviendo, como he intentado siempre vivir incluso cuando no lo hacía: fiel a mi misma. El único miedo a la muerte es que no hayas vivido.

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