lunes, mayo 05, 2008

Vuelta, de



Y miro la vida que queda detrás de los huecos y las flores, de las ventanas semiabiertas y los visillos entrecerrados; de las pinzas de la ropa que permanecen en las cuerdas de tender; del olor que despierta la colada recién puesta, de las formas que toman los trapos luchando con el viento. Miro la vida y la busco y me gusta imaginármela, como cuando me dejaba avanzar de noche, en Sevilla, en el bus, camino de casa, agotada, vencida, triste, con la única emoción de atravesar los 16 minutos a pie desde la parada para aterrizar en el umbral de mi hogar... Mi hogar... ¿Mi hogar? Hogar... Años tras de mi, tantos, pesando, contando o descontando, convirtiendo pareos de colores en alegres cortinas, camas en confortables sofas, telas en cariños, noches en mullidas estancias abiertas, de luz, repletas. Así me iba haciendo 'mi hogar', a fuerza de no querer ver paredes en las paredes sino mis sueños, de transformar mis días en batallas de alegría y ganarlas, una a una, minutos tras segundos, todas, desde el alba hasta el anochecer pintando tabiques de otros cuartos, encontrando y hallando maletas cargadas de cosas que se fueron sin que me diera cuenta de ello.

Y atravesaba Sevilla, esa Sevilla tan venerada como añorada, sola en un bus, deseando llegar a una casa solitaria y vacía y lejana, llena de estancias que se me escapaban; y lo hacía ansiosa de recibir, de tener. Tras un exilio sin final, tan lejos de la que llamaba 'mi casa', de lo que era, había llegado... por fin, y sólo me veía, despacito, transitar en la noche azul, toda yo, en un bus de una ciudad que ni siquiera sabía cuanto la amaba y como me pesaban los kilómetros y kilómetros que había gastado hasta caer rendida allí, como una pelota golpeada por un revés fortuito que encuentra su hueco y yo, aún dolorida, despertaba...
Y observaba atónita la luz, que se escapaba de esas ventanas, las más lejanas, allá, arriba... Miraflores Luis Montoto, Eduardo Dato, Santa Justa... Se sucedían las calles, dejaba atrás los edificios, me colaba en ellos e imaginaba la vida. Esa que no es necesario crear, sino la que brota sola porque es. Ese apacible calor... Imaginaba... mientras yo, desde abajo, rodaba y aguantaba como podía las piezas de mi rompecabezas sin saber ni siquiera si encajaban; cargándolas encima sin entender cómo había llegado, cuándo, cuántas... expectante ante la incertidumbre al igual que un matemático que se detiene en seco antes de ese trazo definitivo que le llevará a desbaratar años de incognitas mientras, yo, ignorante, veía la noche cerrarse desde ese bus, y alejarse las luces y recogerse la ropa tendida tan sólo esperando alcanzar, quizás, aquel lugar que llamaba 'mi casa'.

jueves, febrero 14, 2008

De Galileo a los Alamos

A veces no me da tiempo.
Y, no lo digo.
Aquello que parecía un milagro soy yo, y no lo digo.
Hoy vivo en ella y vivo tanto que quizás no lo he dicho.
No digo que vivo en tu respiración y en tu aire, en los huecos que dejas en el tiempo, en tu caminar tan rápìdo y alegre, pizpireto e inventado, haciendo equilibrios para no caerte, que nunca lo haces, sólo te mueves entero, al completo descubriéndote a cada paso, maravillándote de hacerlo, encandilando en ellos, asombrado de que los que te siguen con la mirada no se levanten y te imiten porque eres así, por tu ingenua seguridad, por tu cándida fuerza, por la firmeza de tus palabras, por lo que esperas tranquilo... Y, no caminas, sino que bailas casi por al borde de todo: de tus querencias, de tus deseos, de tu poder, de lo que escondías y lo que cuentas, de tus acercamientos y palabras. Estás ahí y donde todos te ven, yo te encuentro.
Y no te digo que vivo en tus días, cálida, anidada, acariciando tus pligues cada mañana como una discípula aventajada que se sonríe feliz de tus enseñanzas, de aprender, de querer más y continuar creciendo. Y hago saltar las piedras que me estorban, tras voltearlas y hago historias con las palabras que se nos encogen en la garganta y me limpias con el viento sostenido entre tus dedos.
Y, no te digo, pero me oyes, despertando en la noche para escucharte cerca, para asegurarme que no te has ido, que me amas. Vivo cada día sacando cositas pequeñitas de dentro, amasando verdades, doblegando mentiras, encontrando sitios nuevos, atrapando tus manos con mis recuerdos, peinándote de besos, acariciando tus silencios, alimentando caminos, no dejando que se me enreden las palabras.
Vivo asombrada de estar encontrada y habituarme a ello.
Vivo y a veces no te digo, que vivo contigo.

martes, febrero 12, 2008

Acqua 'hasta el cuello' 1º parte

Los días que se tejen y destejen y se van y se vienen y te llevan y te devuelven, Y no les haces caso porque sigues un camino que no te dice, que no te marca, que no te habla, aunque lo fuerces: no te habla. Las mañanas a los pliegues de una piel pegada, feliz y abierta, hecha de algodones y trapos que huelen a otro tiempo y que te acarician con su perfume y te posan pequeños besitos en la cara. Y lo miras y lo ves y le hablas... Tu luz. Su luz. La luz que se cuele etérea, pausible por la ventana que es ténue y tranquila y me sacude y se me cuelga del cuello y me susurra a gritos que corra, me dice que salga, que vea la vida, que la cuente, que la explique, que la admire, que me aferre a los días como a las noches, que pruebe el manjar de no hacer nada, de vivirlo todo, de llenarme de palabras vivas en piel, que cree y amase mi tiempo propio el que vine a hacer, no el que te dieron para que lo estiraras.
Y me desvelo, desperezando mi alma y sonriendo con timidez a las curvas rosadas que me dejas en el alma.
y me desperezo con descaro, mirando la luz que ya no pide permiso para esconderse, sino que ha inundado mi voz y me deja ser y hacer, nada.