jueves, febrero 14, 2008

De Galileo a los Alamos

A veces no me da tiempo.
Y, no lo digo.
Aquello que parecía un milagro soy yo, y no lo digo.
Hoy vivo en ella y vivo tanto que quizás no lo he dicho.
No digo que vivo en tu respiración y en tu aire, en los huecos que dejas en el tiempo, en tu caminar tan rápìdo y alegre, pizpireto e inventado, haciendo equilibrios para no caerte, que nunca lo haces, sólo te mueves entero, al completo descubriéndote a cada paso, maravillándote de hacerlo, encandilando en ellos, asombrado de que los que te siguen con la mirada no se levanten y te imiten porque eres así, por tu ingenua seguridad, por tu cándida fuerza, por la firmeza de tus palabras, por lo que esperas tranquilo... Y, no caminas, sino que bailas casi por al borde de todo: de tus querencias, de tus deseos, de tu poder, de lo que escondías y lo que cuentas, de tus acercamientos y palabras. Estás ahí y donde todos te ven, yo te encuentro.
Y no te digo que vivo en tus días, cálida, anidada, acariciando tus pligues cada mañana como una discípula aventajada que se sonríe feliz de tus enseñanzas, de aprender, de querer más y continuar creciendo. Y hago saltar las piedras que me estorban, tras voltearlas y hago historias con las palabras que se nos encogen en la garganta y me limpias con el viento sostenido entre tus dedos.
Y, no te digo, pero me oyes, despertando en la noche para escucharte cerca, para asegurarme que no te has ido, que me amas. Vivo cada día sacando cositas pequeñitas de dentro, amasando verdades, doblegando mentiras, encontrando sitios nuevos, atrapando tus manos con mis recuerdos, peinándote de besos, acariciando tus silencios, alimentando caminos, no dejando que se me enreden las palabras.
Vivo asombrada de estar encontrada y habituarme a ello.
Vivo y a veces no te digo, que vivo contigo.

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