Feliz. Tranquila. Con ganas de vivir, de observar, de ver y sonreir. Te miro sin ver. Te siento con el alma, abierta palpita, entregada al regocijo de compartir entre amigos, de reir, de encontrar su hueco en los mismos ojos, en las mismas manos, en el mismo espacio de tiempo de años. Camino a pasos cortos. No me gusta correr, ya no. No espero encontrar en cada esquina sus ojos, ni dejar fluir mis lágrimas ante el más mínimo recuerdo del orgullo herido -en lo que se convierte el amor resentido-, navego con mi maletita naranja, cargada de buenas palabras, de sonrisas gratuitas, de patatas bravas, de consejos de los amigos de siempre, de su cálido abrazo, de los minutos que pasamos juntos sin vernos, de las palabras que oímos sin pronunciarlas, de los huecos que robamos a la vida para ser nosotros sin distancia ni olvido, de poemas truncados, de hechizos y deshechos de amor, de pasiones partidas y ensalzadas, de sueños que no terminan, del viento de Levante y los traumas y las fobias que nos transformaron en la infancia. Categorizada como de 'sexo femenino' y mi pancarta de 'alegría agotadora' alzada. He reencontrado mi hogar donde siempre estuvo, dentro; En mis manos, en mis palabras, en mis risas correspondidas, en mis pañuelos de colores, en mis kilos de más, mi pelo despeinado, mis pocas ganas de esforzarme, en mi siesta interrumpida, mi falsa coraza de 'autosuficiente'. Un minipiso con vistas a un mar frío que hay que domar, con cristaleras de colores y telas que se mecen con el viento; soleada terraza y desván terrorífico sin limpiar. Mi refugio.
Llevo el hogar puesto, cálido y acogedor, a veces dejo abierta alguna ventana que me empaña la mañana, dejo que demasiados desconocidos se sienten en el salón de mi alma, demasidos vecinos ruidosos, excesivo trasiego, que no me deja flotar. Por eso me gusta el silencio, el compartido, el juego de miradas, los ecos que deja su marcha. Respiro tranquila, allá donde soy yo, donde estoy yo, lo auténtico, lo verdadero, aquello que das y que salta de alegría ante una visita inesperada. Mi interior es, indiscutiblemente, mi hogar. El hogar de cada uno, el único sitio al que uno regresa, del que no se marcha. ¿Cómo podemos dejar que cualquiera haga y deshaga a su entojo?
Yo estoy habitada y este otoño plantaré geranios para dar la bienvenida a la madurez de aceptarme sola, de no quedarme con suplentes, de no demostrar nada aunque me cueste. Voy a plantar flores y a regarlas porque no quiero más marcharme.
martes, agosto 30, 2005
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1 comentario:
Qué bonito, de verdad, qué bonito.
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